"El truco", de Marcelo Birmajer
El truco
de Marcelo Birmajer
Muchas
veces me invitan a colegios para hacerme preguntas sobre mis libros. Mis
lectores quieren saber a qué hora del día escribo, si siempre quise ser
escritor, a qué edad empecé a escribir y a qué edad publiqué mi primer cuento. Una
de las preguntas que más se repiten es cómo se me ocurren las historias. Es una
pregunta muy difícil de responder. La mecha de un cuento puede aparecer cierto
día, pero el cuento llegar a concretarse muchos años después: contar todo ese
proceso sería más largo que el mismo cuento, y quizás un poco aburrido. Pero de
alguna manera me las arreglo para dar una respuesta que sea a la vez sincera y
de una extensión razonable. Sin embargo, aquella mañana en aquel colegio de Avellaneda,
me preguntaron cómo se me había ocurrido la trama de mi novela El túnel de los pájaros muertos. A
diferencia de otros de mis libros y de los cuentos que los conformaban, yo
recordaba muy bien cómo había aparecido en mi imaginación aquella aventura. Les
pregunté a los alumnos si estaban dispuestos a escuchar, como respuesta, una
historia. Todos respondieron afirmativamente; quizás un poco más eufóricos de
lo que mandan las buenas maneras. Les aclare que, si les narraba el origen de El túnel de los pájaros muertos, quizás
no nos quedará tiempo para ninguna otra pregunta. Los chicos replicaron que no
necesitaban hacerme ninguna otra pregunta. Consulté al docente con un gesto, y
asintió.
—Desde
niño les tuve miedo a los pájaros muertos. Más que miedo, rechazo. Fobia. Es
curioso, pero a menudo las cosas que nos atemorizan son inofensivas: un pájaro
muerto, una cucaracha, un relámpago. Esos miedos, en ocasiones nos acompañan
durante toda la vida; en otros casos, desaparecen con nuestra infancia. Pero mi
temor a los pájaros muertos estaba destinado a quedar sellado en mí, hasta el
día de hoy, por un asunto muy concreto qué sucedió cuando yo tenía once años.
“Solo
una vez vi en persona al mago Najon. Pero esa vez alcanzó: para mí, porque
nunca lo olvidé. Para él, porque esa única vez cambió su vida para siempre.
“La
vida es injusta: conocemos a X durante una cincuentena de años, pero sabemos
menos de X que un recién llegado que pudo espiar sus secretos, o a quién X se
los brindó por amor. Los padres saben menos de sus hijos en años que los novios
o novias en días.
“Fue
el primero y último acto del mago, en un hogar de la calle Uriburu, entre
Lavalle y Corrientes, junto a un local de venta de importados que exponía una
suerte de monstruos chinos, entre Godzilla y dinosaurios, de una goma flexible
pero noble, fosforescente. Era él undécimo cumpleaños de nuestro compañero de
colegio Matías Fusman y actuaría el mago Najón, tal su nombre artístico. El
mago Najón era primo del padre de Fusman y tío lejano del homenajeado. La
función casera era el momento de transición entre su pasado de veterinario y su
vocación, hasta entonces reprimida, de mago. Siempre había querido ser mago,
pero el padre se había opuesto aduciendo que se moriría de hambre. Los chicos no
sabíamos que era un mago debutante, pero se le notaba el nerviosismo y el
entusiasmo.
“El
truco fuerte consistía en la desaparición de una paloma, y ya no recuerdo la
circunstancia precisa, pero sí que Fusman, el niño dueño de casa, el sobrino
lejano, gritó antes de que el truco terminara: “Ahí está. Ya la vi. Ahí está la
paloma”, destruyendo el misterio y la magia. La vio escondida, antes de que el
mago la reapareciera. Najón enrojeció como si el truco fuera cambiar
bruscamente la piel de su rostro. Abandonó los accesorios de magia encima de la
mesa respectiva y se marchó dejando la puerta abierta. Antes de bajar corriendo
los cinco pisos por escalera gritó: “Me voy a vengar”. Cecilia, una de nuestras
compañeras, sugirió que estaba todo preparado. Fue el cumpleaños más
emocionante del que participé.
Uno de
los alumnos, que escuchaban atentamente, me preguntó si ya había terminado. Le
respondí como Winston Churchill, el célebre Primer Ministro inglés que enfrentó
a los nazis, en soledad, en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial: “Esto
no es el final. Ni siquiera el principio del fin. Pero sí el fin del principio”.
Algunos
de los alumnos pensaron que era un trabalenguas sin sentido. Otros se lo
quedaron pensando. Uno levantó la mano y, cuando le di la palabra, no dijo nada.
Un muchacho pelirrojo, sentado al fondo, asintió en silencio como si lo hubiera
entendido. El docente me sonrió como si conociera la cita. Pero lo que yo
quería era que no volvieran a interrumpirme. Hay historias que necesitan clima,
silencio, atención personalizada. Y la del mago Najón era una de ellas.
Continué.
—El
día del duodécimo cumpleaños de Matías Fusman, que no coincidía con la fiesta (el
cumpleaños caía viernes, y la fiesta se haría con asado y partido de fútbol en
el club, el domingo), una paloma gris apareció muerta en la alfombra del hall
de entrada de la casa de los Fusman. La madre de Fusman pegó un grito de loca.
El propio Matu Fusman vomitó. El pobre padre tuvo que encargarse de
tranquilizar a la mujer y de limpiar. Pero cuando se disponía a envolver a la
paloma en viejos diarios, el ave alcanzó vuelo y salió por la puerta todavía
abierta. En venganza, el mago Najón había amaestrado a la paloma para que se
hiciera la muerta en casa de los Fusman. Recién entonces -ninguno de nosotros
tenía mascotas-, reparamos en que el mago, ya con su nombre, Jacinto Berk, había
reabierto la veterinaria.
“No
alcanzo a intuir si quería vengarse de todo el curso o si, una vez que le hubo
salido bien un truco, quiso repetirlo cuantas veces pudiera. Pero la paloma
mentirosa volvió a hacerse la muerta en casa de Marisa Belstein, de Fabián Dayé
y de Néstor Zrur. En cada uno de los hogares hubo gritos, escándalo,
imprecaciones, decisiones fulminantes. Pero no había pruebas para acusar a Najón:
¿quién iba a testificar, la paloma? Nadie de mi barrio le iba con cuentos de
esa especie a la policía: solo el asesinato ameritaba recurrir a las
autoridades. La paloma se dejaba morir sobre una cama, sobre el alféizar de la
ventana; incluso, en mi opinión el caso más repugnante, dentro del inodoro de
Valeria Rafael, pero en cuanto se le acercaban, alzaba vuelo como una ilusión.
“No
todos los hombres caen, pero todos los que caen pisan una de dos cáscaras de
banana: mujeres o dinero. No importa que estos dos estímulos se conozcan desde
el principio de los tiempos: un hombre prefiere creer que esa mujer lo ama o
que merece ese dinero, antes que aceptar la triste realidad de su existencia. Es
una forma de morir como cualquier otra: que es el cuarto de hora que es la vida,
pase perfumado, aunque sea mentira. Y así llegó la princesa a la casa del mago
Najón. Una jovencita llamada Helena, que le dijo a Najón que lo admiraba como
mago vocacional, que ella también quería dedicarse y comenzar como su asistente.
Ya lo dije: nadie se quiere dar cuenta de la paloma de Troya.
“Helena
era una trampa. Los padres de mis compañeros -los que habían sido perjudicados
por lo que se llamó ´la paloma mensajera de la muerte´- se habían reunido para
ponerle coto a la venganza del mago Najón. El recurso de la paloma muerta y
resucitada había superado toda tolerancia. No era gracioso. Y como no podían meterlo
preso ni expulsarlo del barrio ni pedirle perdón…
—¿Por
qué no podían pedirle perdón? —me preguntó una muchacha que durante mi
presentación había estado leyendo Harry
Potter por debajo de la mesa, pero que ahora parecía medianamente
interesada. Aunque intuí más ganas de poner en duda mi historia que de
escucharla.
—Los
seres vengativos no perdonan —reflexioné—. Helena había sido contratada por los
padres. Fue una de las pocas veces en que, durante una reunión, se pusieron
rápidamente de acuerdo en algo. Helena abandonó a Najón, llevándose la paloma.
Cobró y ella sí, desapareció de verdad. Algunos creen que lo que Najón no se
pudo perdonar nunca fue haber perdido a Helena. Otros apuestan a que lo
verdaderamente imperdonable para Najón fue que se le haya escapado la paloma.
¿Cómo a un mago se le va a escapar la paloma? Mi personal teoría es que lo que
el mago Najón no se pudo perdonar es haber desaparecido de la memoria de Helena.
Ella lo había olvidado: y esa es una desaparición que pocos hombres logran
soportar. ¿Para que quisiéramos hacer magia todos? Para que nos recuerden. Y
quizá no haya magia más fantástica que la de ser recordados por aquellos que
nos interesan. Najón no lo había conseguido: ese fue el truco que no pudo
lograr. Lo hicieron desaparecer de la peor manera: de la memoria de la persona
amada. Pero, quizá, las personas que no pueden perdonar, no se perdonan nada, y
la caída de Najón haya sido una combinación de todos estos factores juntos.
“Najón
cerró la veterinaria, la casa y no salió nunca más. Lo encontraron muerto sobre
la misma mesa de mago que había usado en el cumpleaños de Fusman, con la cara
apoyada en la mano como si estuviera pensando y una carta que parecía recién
escrita: “Decime ahora, Fusman: ¿dónde estoy?”.
Mis
oyentes me observaron en silencio. Algunos abrían la boca, otros alzaban las
cejas. Uno se dispuso a aplaudir, pero lo detuve con un gesto de mi mano:
—Todavía
no termine —advertí—. Esta historia de mi infancia es la explicación de cómo se
me ocurrió El túnel de los pájaros muertos.
Pero hay algo más. Dos años después de El
túnel de los pájaros muertos, publiqué esta misma historia que les acabo de
contar en el diario Clarín. No aclaré
que se trataba del origen de mi novela, pero me pareció una historia que tenía
peso propio, que valía la pena ser contada. La historia se publicó el sábado, y
el lunes, cuando llegue a mi oficina, me encontré con una paloma muerta sobre
mi mesa de trabajo.
Algunos
chicos respingaron en su asiento. Otros pusieron cara de incredulidad. Pero era
la pura verdad.
—Pensé
en salir corriendo. No les puedo explicar el asco y el miedo que me provoca una
paloma muerta; pero encima de mi mesa, dentro de mi propia oficina… pensé que
nunca más podría volver. Y sin embargo… el miedo tiene dos vertientes: o nos
paraliza y nos vuelve más idiota, o nos acelera y nos vuelve más inteligentes.
Yo simplemente actúe por intuición: abrí la ventana. La paloma salió volando.
—¿Qué
piensa que significa todo esto? —preguntó un muchacho de rulos, que parecía más
pequeño que el resto.
—Creo
que fue una venganza del mago Najón por contar su historia en público. Donde quiera
que vayan los muertos, al paraíso o al cine, como creía un amigo, no les impide
continuar vengándose.
—¿Y no
le da miedo contar esta historia ahora sabiendo que puede sufrir represalias
desde el Más Allá? —insistió el alumno de rulos.
—Mucho
—admití.
Comentarios
Publicar un comentario